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jueves, 16 de septiembre de 2010

Omi La Cotilla

Mientras su papá hablaba con unos amigos en el salón, Omi se metió debajo de la mesa para oír lo que decían esas reuniones tan secretas de cosas de hombres. El misterio que flotaba a esas reuniones era mucho porque además de amigos, también eran compañeros de trabajo.
Omi de pronto oye:
- ¡Tus manos valen oro!
Omi entonces pensó que si su papá era médico, ¿qué tenía que ver el oro en todo eso? Era su mamá la que llevaba esos enormes anillos de oro.
Salió sutilmente de debajo de la mesa, sin darse cuenta de que tiraba el mantel con todo lo que había encima. El padre entonces se levantó y la cogió del suelo.
- ¿Qué pasa Omi? ¿Qué hacías ahí abajo?
- ¿Por qué tienes las manos de oro? - grita Omi.
Su padre rie a carcajadas y le responde
- Porque puedo salvar vidas Omi. Y puedo coger una aguja, o un saco de patatas, o tomarte en brazos, o acariciar tu suave rostro.
Omi ya más tranquila se fue. Por la noche le volvió a dar vueltas al asunto mientras miraba sus pequeñas manos. Y mientras su única labor era dormir, se puso a decir:
- Deditos, deditos ¿qué hacéis por mi?
Y mientras más los miraba, más dudas les surbían.
- ¿Por qué tienen uñas? ¿Por qué se doblan? ¿Por qué cinco? ¿Por qué son de tamaño diferente? ¿Por qué su piel es diferente?
El caso es que mientras tanto nota como si los dedos le hablaran. Omi abrió grandes los ojos. No podía creer lo que estaba oyendo y viendo. Los dedos le estaban hablando y consolando.
- No te asustes - le decían.
- ¿Cuándo aparecieron?
- Siempre hemos estado aquí hablándote. Solo que es hoy por primera vez cuando nos escuchas.
Omi cerró fuertemente sus puños, para no oír nada de lo que creía oír. Y aunque los dedos solo le explicaron que estaban ahí para ser sus amigos, jugar con ella y trabajar juntos, Omi les ignoró y en su desesperación, no encontró nada mejor que ponerse unos guantes, y así acallar a esos dedos que le hablaban.

Así Omi se durmió varias noches. Pero una noche Omi les miró, pero esta vez sus dedos no le hablaron. Tenían miedo de ser envueltos nuevamente. Y entonces Omi fue la que le habló a ellos:
- Hola amigos.
- Nos taparás.
- No, no, esta vez no.
- ¿Qué nos harás entonces?
- Solo quiero nonocerles, y saber cómo son y por qué me habláis. Quiero que seáis vosotros mi mano de oro.
- Jaja, como los dedos de tu padre. Pero eso no depende solo de nosotros. Tú también debes conocernos y estudiar mucho, solo así verás cómo nos volvemos de oro.
Y así hablaron hasta muy tarde.

Ese día Omi procuró que pasara muy rápido, para acostarse temprano, como nunca.
- Bueno, vosotros sabéis cómo me llamo, pero yo no sé cómo os llamáis vosotros.
Y así comenzó la presentación
- Soy Meñique - dijo el más pequeño, y el más tímido de la familia, que se cubría los ojos tras una boina.
- Yo soy el Anillo - dijo el siguiente, el vanidoso, el Anular - así que siempre debo estar impecable.
- Yo soy el sensible, porque trabajo con tu Corazón, pero también soy muy fuerte - contestó el siguiente.
- Yo soy el Indice - dijo el que llevaba la iniciativa en todo, el más hablador, el canchero de todos. - Soy el que le indico a mis hermanas qué hacer y cuándo. - Y el de blanco es el cocinero, se llama Pulgar, él se encarga de que hagamos todo impecable y nos da estabilidad. En cuanto a los de la mano izquierda, también son nuestros hermanos - continuó el índice - pero ellos actúan diferente, así que ya los irás conociendo.

Hicieron un trato, nosotros bno hablamos de día y te ayudamos en todo. Solo que cuando llegue la noche, debo jugar con otros y contarnos todas tus aventuras.
Y Omi solo decía que sí a todo.
- Ahora sé por qué sois de oro.
Y se juraron amistad eterna hasta la muerte y por la eternidad.